desconfianza del recuerdo

Todo el mundo ya debe dormir,
yo estoy despierto
y las calles parecen sentir
lo mismo que siento.

Esta vez no me puede ayudar esta botella
Y voy viendo las horas pasar.
Sólo pienso en ella,
en volver a verla,
Y no sé si se acuerda,
no sé si se acuerda.

Esta noche crucé la ciudad para buscarla
Y a su gente también pregunté,
nadie dijo nada.
En las calles y bares miré,
busqué su huella
Y las veces que la creí ver
nunca era ella.
Sólo quiero verla
y no sé si se acuerda,
No sé si se acuerda.

No me explico qué pudo pasar
aquellos días,
Nunca dijo que me iba a dejar
y ella lo sabía.
Solitario en la triste ciudad
dando mil vueltas,
Olvidando todo lo demás.
Sólo pienso en ella,
en volver a verla,
No sé si se acuerda,
no sé si se acuerda,
No sé si se acuerda

melancolía psicótica en el bueno de Robert

Seis años después moriría, con 46. Qué terriblemente dura puede llegar a ser la vida. Robert, como tantos otros, representó consigo mismo aquello que creaba; otro hijo más de su tiempo. La biografía de los tres varones que aquí aparecen es maravillosa: pura expresión de la dureza, los contrasentidos, las superaciones, el talento y la belleza. La de Clara, la cuarta en discordia que todo el rato sobrevuela, pertenece a otra categoría: es bisagra superlativa y se sitúa en otro lugar más raro, más complicado si cabe.
Lo de la ida de perola de Robert es también una historia magnífica. Tan magna como lacerante. Pero la realidad no entiende de laceraciones ni magnificaciones; somos nosotros los que adjetivamos. A día de hoy no se sabe qué le ocurría a su cabeza; no creo ya que se vaya a saber. Sí  resulta fácil imaginar el dolor de solicitar, motu proprio, el internamiento y el posterior alejamiento de Clara, asunto que no termino de comprender. No quiero pensar en esos dos años de agonía.
Otro asunto bien distinto es el de Pau Casals, merecedor de otra entrada sólo para él. Me encanta su  interpretación, por cierto, tan poco vanidosa.
Mañana de otro lunes y seguimos con cuerdas y romanticismo.