pelenpenp

Nos apegamos demasiado a los hombres
esas criaturas bidimensionales e inocentes
a su piel
adherente como una tela de araña

Me quedaría allí hasta que no dejase nada de mí
Nada.

Hasta que empezamos a pesarles
como si de pronto engordásemos.
Entonces nos preguntamos
qué pasó y
cuándo.
Inevitablemente nos ponemos
éticas patéticas pelenpenpéticas
pesadas peludas pelenpenpudas
nos salen canas arrugas
caries estrías verrugas
la sangre no circula.
Nos explotan por dentro.
Se llevan nuestra piel pegada a tiras
y en sus manos algún órgano fácil de vender.

En realidad no saben lo que hacen
sólo quieren liberarse de la carga.

Miriam Reyes

los barcos de Turner

Por eso le conviene tanto a Manual de infractores, como le convenía a Diario de Argónida, el carácter de anotación instantánea, diarística, de sujeción de lo fugitivo que tienen los poemas. Se trata de elaborados apuntes en los que el autor observa lo que sucede alrededor y dentro de sí mismo y establece una red de relaciones, lógicas o imaginativas, que en ocasiones confluyen en el encuentro con pequeñas paradojas fundamentales: la soledad, que salva de estar solo, las disputas del presente zanjadas en el pasado, la evocación de lo vivido como forma de invención, el olvido de los detalles en el recuerdo de las sensaciones.
(…)
Manual de infractores es una lección maestra de lo que la poesía es capaz de hacer en el mundo contemporáneo para encontrar su sentido pleno, para intensificar su campo expresivo y para socavar la conciencia de los lectores. Cada poema es un ejercicio de libertad y de pasión, una invitación a distinguir lo que importa, a mirar más.

Luis Muños, 4/10/2006

Barcos

He navegado en barcos
desiguales
–dóciles, neutros,
belicosos-
tratando de llegar
lo antes posible a ningún sitio
o acaso rezagándome en las últimas
demarcaciones de la soledad.

Algunos de esos barcos eran míos,
otros pertenecían a los prolijos puertos
de la imaginación.
Dignificados
por la literatura, he ido amándolos
como si fueran cuerpos,
como si fueran árboles,
como si fueran músicas.

Ahora ya permanecen inertes, abolidos,
pudriéndose en los varaderos
de no sé qué recodo
de la postergación,
surcando a la deriva
las aguas insurrectas del recuerdo.

A lo lejos los mástiles
sugieren cotas de felicidad,
indistintos trasuntos de aventuras
que viví ansiosamente
cuando yo menos las necesitaba
y que se han ido disipando
igual que cicatrices en la cara del mar.

José Manuel Caballero Bonald en Manual de infractores.

archipiélagos

Perder lo que nunca fue nuestro

La alarma comenzó a entrar en mi adormecida conciencia aquel año, cuando, de visita por el British Museum, observé que la zona de los griegos donde duermen los mármoles de Elgin, posiblemente la obra de arte suprema de la humanidad, estaba desierta. No era fiesta, ni nevaba, ni había partido del Manchester, no se había muerto nadie de la familia real, era un día vulgar. Y lo que es peor, las salas dedicadas a Egipto estaban llenas a rebosar. Cientos de visitantes huroneaban por entre los Isis y los Osiris y los Ibis como en una feria masónica. De vez en cuando se oían gozosas carcajadas de adolescentes.
Me dije entonces que seguramente aquello era debido a que los egipcios habían ganado el mercado audiovisual gracias a las películas de momias, alguna de las cuales me había parecido excelente, con mucho efecto virtual y desiertos enteros que se transformaban en colosos ululantes o en plagas de escorpiones, indistintamente. También habían ganado el mercado gore porque un cadáver podrido, con jirones de lana colgando entre sus miembros deshechos, siempre produce una impresión mayor que el dios Hermes con sus alitas en los tobillos.
Siguiendo el razonamiento también me dije que con los griegos era sumamente difícil hacer películas de terror y no te digo películas gore. Es de lo más embarazoso imaginar a los dioses o a los héroes griegos tratando de infundir miedo, pero no por las falditas (que es mentira que las usaran) o las trenzas (otro mito), sino porque todo lo que tiene que ver con Grecia pertenece al lado opuesto del terror, a pesar de que Nietzsche hizo esfuerzos ímprobos por facilitarles también esa parte. Grecia admite el misterio, el terror y el horror, sí, pero siempre mirándoles fijo a los ojos, sin hacer aspavientos, sin dar gritos o agarrarse al brazo del vecino de butaca. Una cosa digna.
Este absoluto olvido de Grecia o esta imagen de Grecia cada día más intempestiva, se remata por el lado político gracias a los regímenes actuales que se parecen a los egipcios, como los emiratos árabes, Cuba, algunos pueblecitos vascongados, Corea del Norte, en fin, esos lugares en donde la teocracia se une al uso estúpido de la violencia contra el contribuyente. En cambio, no se me viene ahora a las mientes un solo régimen político actual que se parezca a Grecia. A lo mejor la isla de Bali, pero como solo la tengo de oídas, no la considero digna de un juicio apodíctico.
Así que por el lado del espectáculo, Egipto, y por el lado moral, también. ¿No es un extraño y desolado destino el de Grecia, origen, según se dice, de Occidente? ¿Arranque de la democracia occidental? ¿Milagro del Logos que borró de un chispazo la superstición arcaica? ¿Primer paso en la implacable marcha hacia la libertad de los pueblos soberanos? ¿O es un timo?
Yo no sé si hay en la actualidad mucha gente que se haga estas preguntas, lo cual redunda en el triunfo absoluto de los egipcios, pero si la hubiere, puede pasar un rato excelente leyendo un poema, incluso si en su vida ha tenido la tentación de leer un poema. No es un poema cualquiera, es uno de los más grandes poemas del poeta más grande de todos los tiempos, un alemán poco divulgado en el bachillerato español, de nombre Friedrich Hölderlin, muerto hace casi dos siglos, en 1843. El poema se llama El Archipiélago y ha recibido una nueva y emocionante traducción editada por La Oficina.
Había ya muy buenas traducciones, pero no importa. En realidad a Hölderlin no se le puede traducir y sin embargo las peores traducciones de Hölderlin suelen ser mejores que cualquier poema contemporáneo. Ahora bien, la traducción de Helena Cortés tiene un añadido sumamente agradable: está construida íntegramente en hexámetros, que es el verso del original. Hay quien dice que el hexámetro no da en castellano, pero que no cunda el pánico: tampoco daba en alemán. El artificio de Helena Cortés reproduce el artificio mismo de Hölderlin, quien trató de aproximarse a Grecia con el verso más parecido posible al mármol de Paros.
El poeta alemán vivió en el momento de máxima adoración a Grecia, eran los tiempos de Winckelmann, de Goethe, de Schiller, faltaba poco para las excavaciones de Schliemann. La Grecia mitificada por la Ilustración se había convertido en el ideal de todos los revolucionarios y demócratas europeos. En 1824 había muerto en Missolonghi el pobre Lord Byron cuando trataba de ayudar a los griegos en su lucha de liberación contra los turcos, pero por desdicha había descubierto que las armas que les proporcionaba con dinero de los servicios secretos británicos, los griegos se las vendían de inmediato a los turcos. Había ya entonces un problema en ese país. Así que Byron contrajo una enfermedad antigua y se murió.
Hölderlin conocía como nadie y amaba como ningún poeta ha amado y comprendía como ningún sabio ha comprendido a la antigua Hélade. De manera que sabía perfectamente que la hermosa Grecia nunca había existido, sino que más bien Occidente había construido el mito griego para que su propio destino viniera de algún lugar y fuera hacia alguna parte. Este peliagudo asunto, es decir, que el origen de Occidente es Grecia y que ese origen nos indica a dónde debemos ir, está muy claramente expuesto en el epílogo de Arturo Leyte a la edición que comentamos. En efecto, una vez desaparecido el sueño de Grecia, ¿qué le queda a Occidente? Nosotros ya sabemos lo que nos queda: Egipto, pero cuando Hölderlin comprendió el horror que nos esperaba era un caso único, porque Europa entera estaba enamoradísima del ideal griego. Viene en el libro una fotografía espeluznante: el ejército de ocupación alemán levantando la bandera con la esvástica delante del Partenón. Incluso aquellas bestias necesitaban el amparo de Atenas para justificarse. Sin ese origen, no tenemos destino, solo distracciones y mercancías.
¿Y el poema?, me dirán ustedes. El poema es demasiado hermoso y demasiado grande para que se lo comente este gacetillero. Es un poema para ser leído despacio, en soledad, observando con mucho cuidado cada verso, saboreando la portentosa traducción, y mirando de vez en cuando el horizonte. Comienza el poeta preguntando si ya han regresado las grullas, como en cada primavera, y acaba ofreciendo al lector, por todo consuelo, la memoria del silencio.
Félix de Azúa en El País, 03/01/2012

low profile


If funny looks don't get you down,
You could get on in this town.
The drivers crawl along the kerb.
The thought of walking's quite absurd,
The dumbest thing I've ever heard.

Checking in and checking out
Why be shy when you can kick the can and shout?

The living church must move along,
The Carmelites could use a song.
A blessing Father if you please,
Help the hopeless in their need.
They don't need this kind of sleaze.

Checking in and checking out
Why be shy when you can kick the can and shout?

Here's a man who's run the marathon
Sad and lonely now it's been and gone.
Let me upon check my family,
Wonder do they still remember me.
I'm on the run, on the fun run.

Gifted artists need respect,
True collectors must collect.
There behind those rusty gates,
Dodgy sculptured license plates,
The gifted sit around and wait.

Checking in and checking out
Why be shy when you can kick the can and shout?



escisión

EL RESCATE

Cuando regrese otra vez a mi nombre,
soltaré las amarras.

Allí estará la niña taciturna
de un pueblo de juguete.

No hallaré calendarios
en las vides salpicadas de besos,
y caerá la soledad
por un abismo de hambre.

En barrancas de pan
tocaré las alianzas puras
de otros días.

Vestiré soberana
con algún tejido nuevo,
y en el líquido creativo de mi heredad
flotaré sin partirme.

Habrá de sucumbir
la intemperie feroz
que hoy me divide.

Está la puerta abierta.
Veo una lámpara única sobre el piano.

Teresa Palazzo Conti

la forja de los corazones de hojalata

No sirves para nada

Fui un mísero afligido desde mi mocedad,
siempre lleno de espanto, lleno de tristeza…
(Salm., 88, 16)

Cuando yo era pequeño
estaba siempre triste
y mi padre decía
mirándome y moviendo
la cabeza: hijo mío
no sirves para nada.

Después me fui a la escuela
con pan y con adioses
pero me acompañaba
la tristeza. El maestro
graznó: pequeño niño
no sirves para nada.

Vino luego la guerra
la muerte-yo la vi-
y cuando hubo pasado
y todos la olvidaron
yo triste seguí oyendo:
no sirves para nada.

Y cuando me pusieron
los pantalones largos
la tristeza en seguida
mudó de pantalones.
Mis amigos dijeron:
no sirves para nada.
En la calle, en las aulas,
odiando y aprendiendo
la injusticia y sus leyes,
me perseguía siempre
la triste cantinela:
no sirves para nada.

De tristeza en tristeza
caí por los peldaños
de la vida. Y un día
la muchacha que amo
me dijo y era alegre:
no sirves para nada.

Ahora vivo con ella
voy limpio y bien peinado.
Tenemos una niña
a la que a veces digo
también con alegría:
no sirves para nada.

Un abrigo alejándose

Él huye. Escapa en el otoño
antes de que las hojas cubran ciertos días
para así recordar lo que fue suyo
lo que ahora va a perder -y bien lo sabe-
porque el duelo más grande
el mal peor es ver
ver sin remedio
un abrigo alejándose y un rostro
que se esfuma
en el andén: tristeza en unos ojos
hoy todavía en él y él dentro de ellos.
En la neblina de la gran ciudad
hay antiguos hoteles y espejos y almohadones
pero el que huyó prefiere los gritos del mercado
y sorteando muchachas y carritos y ofertas
apacigua su loco deseo de volver.
Día a día los ruidos
de calles y de bares y de salas de fiesta
le empujan desde el alba hasta la cama
en un barrio que teme y desea a la vez.
Entonces se sumerge entre papeles
come y respira aún olor de mayo
duerme y anda y estudia y compra los periódicos
se ducha una vez más porque quisiera
oír por teléfono la voz mientras resbalan
gotas de soledad y jabón sobre su piel.
Todo se lo mostró: y quiso que ella viera
que recordara aquellos días limpios;
el gozo de una vida despertándose
en la contemplación de su propio deseo:
perfume y tacto de la primavera.
No: no es el que ha partido un temeroso
que se sumerge en el aturdimiento
y no puede olvidar.
El débil y cobarde
es su absurdo y gastado corazón de hojalata.

José Agustín Goytisolo